jueves, 2 de mayo de 2013

Morir en el tajo


Más de cuatrocientas trabajadoras muertas en el derrumbe de un edificio de talleres textiles en Bangladesh. Escribo trabajadoras porque principalmente son mujeres las que trabajan en esta actividad y en estas condiciones.


Las cifras de muertos no conmueven en función de su magnitud sino en función inversamente proporcional a la distancia en que se produzcan de nuestras casas. Bangladesh queda muy lejos y la noticia apenas ha tenido transcendencia en los medios de comunicación occidentales. Sin embargo, tenemos una relación muy directa con Bangladesh, basta con revisar nuestros roperos para percatarnos de que no pocas prendas vienen de aquel país. Ropa barata unas veces y cara otras, pero siempre fabricada en condiciones infrahumanas. Hacinamiento, jornadas extenuantes y coacciones al sindicalismo. En Bangladesh es una democracia parlamentaria, pero podría estar gobernado por una Junta Militar, como hasta antes de ayer en Myanmar. Los capitalistas occidentales no tienen escrúpulos. Allí se produce barato y, en un mundo globalizado y sin aranceles, aquí se puede vender con gran beneficio. No hay ni que pagar impuestos, basta con interponer una sociedad pantalla domiciliada en un paraíso fiscal para no pagar apenas en origen ni en destino.


Ahora, con los muertos (con las muertas), todavía calientes dicen que revisarán las condiciones de vida y de trabajo de estas personas (de estas ya no). Pero aquí deberíamos tomar medidas, como individuos, como personas y consumir responsablemente: no mirar en la etiqueta el precio de una prenda sino el país de origen; y no comprar nada fabricado a miles de kilómetros, fabricado en condiciones de semi esclavitud y con una importante huella ecológica en forma de emisiones contaminantes con efecto invernadero durante su transporte. A la clase trabajadora en occidente llevan años reduciéndonos el salario real, pero no nos damos cuenta porque nos sigue llegando para comprar ropa cada temporada. Ropa fabricada en régimen de semi esclavitud. No sé si queda alguna fábrica textil en nuestro país o sólo importadores, pero en nuestra mano está combatir esta situación podemos no comprar ropa de importación. Podemos buscar ropa fabricada en nuestro país. Podemos, incluso, hacernos nuestra propia ropa. Recuerdo que de niño mi madre me hacía los jerseys. Íbamos a la tienda de lanas y elegíamos la lana, el color, el punto… nadie te marcaba la moda. Había pantaloneras, había camiseras. Todavía podemos quedan madres que saben hacer punto e hijos que podemos aprender a hacerlo. Y se pueden hacer pequeños talleres, casi artesanos, sin apenas inversión. ¿Qué preferimos que Amancio Ortega sea el tercer hombre más rico del mundo?
 

Esta vez ha sido una fábrica textil, pero podría haber sido de calzado, de balones o de conservas de atún en Ecuador, de piña de Costa Rica o de cualquier producto de alimentación porque ya no producimos casi nada. Hemos perdido nuestra soberanía alimentaria. No producimos ni un 5% de lo que comemos, ni de lo que vestimos, ni los juguetes que compramos a nuestras hijas e hijos, ni… Nos creemos ricos porque tenemos acceso a cierto nivel de consumo pero no hacemos sino contribuir, como consumidores, a la explotación de trabajadores y trabajadoras de lejanos países por capitalistas que, ¡valiente satisfacción!, son compatriotas nuestros. ¿Qué diferencia hay entre Astore, Quechua, Ternua, Adidas o Nike? ¿Cuál entre El Corte Inglés, Inditex, Primark o Carrefour?
           

Dejemos de importar, dejemos de comprar lo que han importado para nosotros, que se les quede en sus anaqueles. Que nadie piense que así condenamos a esos pueblos. Esos pueblos no viven de nuestras migajas; mueren, por nuestras migajas. Hace ya decenas de años que fueron arruinados los pueblos a los que se impuso un monocultivo, da igual plátano, cacao, café, o ropa. Toda la producción se exporta, barata y no pueden comprar  lo que necesitan para vivir, que es todo lo demás pues sólo producen plátanos, café o cacao y con eso nadie se viste y quienes confeccionan ropa no pueden comérsela.
 
Que la muerte de estas trabajadoras, en vísperas del día internacional de las y los trabajadores, sirva para que dejemos de comprar su ropa. Será el mejor tributo que podamos ofrecerles.