Más de cuatrocientas trabajadoras muertas en el
derrumbe de un edificio de talleres textiles en Bangladesh. Escribo
trabajadoras porque principalmente son mujeres las que trabajan en esta
actividad y en estas condiciones.
Las cifras de muertos no conmueven en función de
su magnitud sino en función inversamente proporcional a la distancia en que se
produzcan de nuestras casas. Bangladesh queda muy lejos y la noticia apenas ha
tenido transcendencia en los medios de comunicación occidentales. Sin embargo, tenemos
una relación muy directa con Bangladesh, basta con revisar nuestros roperos
para percatarnos de que no pocas prendas vienen de aquel país. Ropa barata unas
veces y cara otras, pero siempre fabricada en condiciones infrahumanas.
Hacinamiento, jornadas extenuantes y coacciones al sindicalismo. En Bangladesh
es una democracia parlamentaria, pero podría estar gobernado por una Junta Militar, como hasta antes de ayer en Myanmar. Los capitalistas
occidentales no tienen escrúpulos. Allí se produce barato y, en un mundo globalizado y sin
aranceles, aquí se puede vender con gran beneficio. No hay ni que pagar
impuestos, basta con interponer una sociedad pantalla domiciliada en un paraíso
fiscal para no pagar apenas en origen ni en destino.
Ahora, con los muertos (con las muertas),
todavía calientes dicen que revisarán las condiciones de vida y de trabajo de
estas personas (de estas ya no). Pero aquí deberíamos tomar medidas, como
individuos, como personas y consumir responsablemente: no mirar en la etiqueta
el precio de una prenda sino el país de origen; y no comprar nada fabricado a
miles de kilómetros, fabricado en condiciones de semi esclavitud y con una importante
huella ecológica en forma de emisiones contaminantes con efecto invernadero
durante su transporte. A la clase trabajadora en occidente llevan años
reduciéndonos el salario real, pero no nos damos cuenta porque nos sigue
llegando para comprar ropa cada temporada. Ropa fabricada en régimen de semi esclavitud.
No sé si queda alguna fábrica textil en nuestro país o sólo importadores, pero
en nuestra mano está combatir esta situación podemos no comprar ropa de
importación. Podemos buscar ropa fabricada en nuestro país. Podemos, incluso,
hacernos nuestra propia ropa. Recuerdo que de niño mi madre me hacía los
jerseys. Íbamos a la tienda de lanas y elegíamos la lana, el color, el punto…
nadie te marcaba la moda. Había pantaloneras, había camiseras. Todavía podemos quedan
madres que saben hacer punto e hijos que podemos aprender a hacerlo. Y se
pueden hacer pequeños talleres, casi artesanos, sin apenas inversión. ¿Qué
preferimos que Amancio Ortega sea el tercer hombre más rico del mundo?
Esta vez ha sido una fábrica textil, pero podría
haber sido de calzado, de balones o de conservas de atún en Ecuador, de piña de
Costa Rica o de cualquier producto de alimentación porque ya no producimos casi
nada. Hemos perdido nuestra soberanía alimentaria. No producimos ni un 5% de lo
que comemos, ni de lo que vestimos, ni los juguetes que compramos a nuestras
hijas e hijos, ni… Nos creemos ricos porque tenemos acceso a cierto nivel de
consumo pero no hacemos sino contribuir, como consumidores, a la explotación de
trabajadores y trabajadoras de lejanos países por capitalistas que, ¡valiente
satisfacción!, son compatriotas nuestros. ¿Qué diferencia hay entre Astore,
Quechua, Ternua, Adidas o Nike? ¿Cuál entre El Corte Inglés, Inditex, Primark o
Carrefour?
Dejemos de importar, dejemos de comprar lo que han importado para nosotros, que se les quede en sus anaqueles. Que nadie piense que así condenamos a esos pueblos. Esos pueblos no viven de nuestras migajas; mueren, por nuestras migajas. Hace ya decenas de años que fueron arruinados los pueblos a los que se impuso un monocultivo, da igual plátano, cacao, café, o ropa. Toda la producción se exporta, barata y no pueden comprar lo que necesitan para vivir, que es todo lo demás pues sólo producen plátanos, café o cacao y con eso nadie se viste y quienes confeccionan ropa no pueden comérsela.
Que la muerte de estas trabajadoras, en vísperas
del día internacional de las y los trabajadores, sirva para que dejemos de
comprar su ropa. Será el mejor tributo que podamos ofrecerles.