lunes, 22 de julio de 2013

Tormenta de verano


Ayer hizo calor, mucho calor. A media tarde, mientras volvía a casa en bici, el sol caía con fuerza, casi con tanta fuerza como de la lluvia que caería tres horas más tarde.

A las ocho de la tarde se levantó una ventolera considerable, parecía que los toldos de las ventanas iban a salir volando como la cometa de un niño al que se le hubiera escapado el hilo. Cinco minutos después el viento dejó paso a los truenos y, en seguida, empezó a llover. Empezaron a caer unos cuantos goterones, despacio, como esperando a que la gente se refugiara; al poco la lluvia arreció. Se levantó ese agradable olor de las tormentas de verano, luego granizó, no mucho, bolas chiquitinas, como perlas de un collar que se rompiera; más truenos y riachuelos de agua recorriendo las calles hasta desembocar en el sumidero más cercano.

Ayer llovió cuánto quiso. No fue mucho, apenas media hora, lo suficiente para refrescar el ambiente y aliviarnos del calor. Ayer llovió cómo quiso. En todas las direcciones, se me mojaron los cristales de todas las ventanas, los del patio, los de la fachada, los del lateral.

Fue una hermosa tormenta. Los coches dejaron de circular y yo interrumpí mi lectura para ver llover. Fue el mejor acontecimiento del día. Digno de interrumpir una lectura y de hacer una breve reseña escrita.