jueves, 24 de mayo de 2012

DE LIBERALES Y FASCISTAS


Mañana se juega la final de la Copa del Rey. Ha querido el destino que los finalistas sean, Athletic de Bilbao y Fútbol Club Barcelona, dos equipos cuyas aficiones mayoritariamente son nacionalistas, vasca y catalana respectivamente, y en consecuencia aficiones que sienten el himno y la bandera españoles no sólo como ajenos sino como símbolos de opresión nacional. Así las cosas, no es de extrañar que se estuviera preparando una gran pitada contra el himno, la bandera y el jefe del estado (el rey) o su previsto sucesor (su hijo el Príncipe de Asturias), quien quiera que se siente mañana en el palco. Sin duda, un mal trago que, deberían tener asumido, les va en el sueldo.

Como todo gran caballero tiene su escudero, llega Esperanza Aguirre, a la sazón Presidenta de la Comunidad de Madrid, indignada por la “afrenta” al Rey, a España y a sus símbolos (o tal vez no, tal vez sólo preocupada en desviar la atención del déficit público de su Comunidad Autónoma que, acaba de saberse, doblaba lo anunciado hace un par de meses) y propone que caso de producirse se suspenda el partido y se juegue a puerta cerrada. La conspicua y convencidísima liberal deja de lado todos los principios de la doctrina política que con tanto fervor profesa: las libertades de expresión, opinión, discrepancia o disidencia (derecho elemental para una democracia) y los supedita a la preservación de su sentimiento nacional. Por supuesto si los aficionados del Athletic y del Barça, mayoritariamente nacionalistas, no pitaran a la bandera y al himno españoles su amor por los mismos sería el mismo; digamos, una magnitud tendente a cero. Pero la imagen sería otra muy distinta. Se diría que, a la muy liberal y muy española Esperanza Aguirre, no le importa tanto que vascos y catalanes no se sientan españoles y no quieran a España como que no lo manifiesten. Vamos que pretende ponerles una mordaza, en sentido figurado. Y  eso no es ciudadanía, eso es sometimiento.

Cuando ya se apagaba el eco de esa voz disonante a la que no le han acompañado ni sus colegas de partido, hete aquí que llega el periodista Carlos Cuesta, para reavivar la polémica y, tirando de Código Penal, plantear que una pitada es un ilícito penal tipificado como ultraje y castigado con pena de prisión. Este periodista, vergüenza debería darle a quién se supone que por su profesión debería ser un defensor de la libertad de expresión, propone la represión como solución. Quizá no ha caído en la cuenta de la imposibilidad que tendría enjuiciar y encarcelar a las aproximadamente 50.000 personas que puedan participar en la anunciada pitada. O tal vez sí y no le importe, tal vez piense que, teniéndolos ya dentro del estadio, bastaría con no dejarlos salir y mantenerlos allí al estilo a como se hizo en el Nacional de Santiago de Chile, allá por el otoño de 1973.

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